El envejecimiento de la población es un proceso íntimamente ligado a la transición demográfica. Esto es, el paso de un régimen demográfico tradicional caracterizado por altos niveles de mortalidad y natalidad, a uno moderno, que se distingue en cambio por niveles bajos y controlados de mortalidad.
Y aquí las cifras son elocuentes: durante la segunda mitad del siglo XX, los índices de natalidad y mortalidad de la población mundial registraron descensos considerables. Entre 1950 y 2000, la natalidad disminuye de 37 a 22,7 nacimientos por cada 1.000 habitantes, mientras que los de mortalidad bajan de 19,6 a 9,2 fallecimientos por cada 1.000 habitantes.
Naturalmente, la disminución de estos índices y el aumento progresivo de la expectativa de vida impactan en la composición de la población, al reducir proporcionalmente el número de jóvenes y engrosar los segmentos de personas de mayor edad.
Esto muestra que, conforme la población mundial aumenta, también crece el número de personas mayores, generando un fenómeno de envejecimiento poblacional sin precedentes. De hecho, hacia 2050 y por primera vez en la historia, los adultos mayores superarán en número a los jóvenes.