El mundo de los seguros tiene gran semejanza a la evolución biológica. En esta se observa cómo a partir de uno o algunos antepasados se desencadena una amplia variedad de formas de vida, y cómo en su camino han desaparecido especies. Este parecido no es casual; se explica porque los seres humanos, creadores de la mencionada actividad económica, somos parte de la naturaleza y lo reflejamos en nuestras creaciones.
En las sociedades más primitivas, cuando moría la cabeza de una familia, otro hombre del clan asumía la protección de ésta; este acto devino en los seguros de vida. O cuando en la Edad Antigua, alrededor de cuatro mil años antes de cristo, babilonios y griegos tenían un seguro primitivo para proteger la mercadería en los viajes marítimos llamado "préstamo a la gruesa". En éste, el financista corría el riesgo, ya que le prestaba dinero al naviero y él solo se lo devolvía, con un adicional, si llegaba a puerto, pero no si su embarcación se hundía. Lejano antecedente de los modernos seguros de cascos marítimos.
Coberturas en tiempos de disrupción
En el ayer han quedado esas formas elementales de coberturas y ahora tenemos otras, antes impensables, como los que amparan la reparación a las víctimas de crímenes electrónicos o incluso formas sumamente especializadas como la de Responsabilidad de Directores y Funcionarios (D&O), que son de conocimiento de unos pocos.
Ahora estamos presenciando el nacimiento de una nueva rama que podemos denominar "seguros para máquinas autónomas con inteligencia artificial", del que ya una empresa inglesa lanzó un producto orientado a los vehículos autodirigidos. Pero eso solo es el comienzo. No cabe duda que antes de finalizar el siglo XXI, los androides no solo cumplirán labores de compañía a ancianos (como viene sucediendo en Japón con autómatas no antropomorfos, pero capaces de hablar y percibir emociones), sino que ejecutarán trabajos rutinarios o peligrosos, e interactuaran fluidamente con nosotros gracias a su inteligencia artificial –misma que ya está siendo implantada por corporaciones como la IBM y su Watson, un sistema capaz de contestar a preguntas expresadas por el interlocutor en un lenguaje natural.
Alistarse para el futuro
El medio asegurador, frente a ese alud tecnológico, debe tomar la delantera para desarrollar soluciones para sus clientes frente a los riesgos que van a generarse en el futuro. Nada mejor que ir haciéndolo con los vehículos autónomos que ya están, no digo a 30 años en el tiempo, sino circulando a modo de prueba por las carreteras del planeta. Naturalmente esto no quedará ahí: los androides y otros artilugios autónomos en algún momento serán obsoletos, pero es más adecuado establecer para este artículo una frontera en nuestro siglo XXI y así su tema central responda a un razonamiento sustentado y no a la generosa imaginación.
Esas invenciones no solo llevará a que los aseguradores creemos nuevos modelos de negocios, sino que obligará a que los países modifiquen sus legislaciones: ¿Un androide será considerado un bien riesgoso, tal como ahora es un auto o un arma para el sistema de derecho romano? ¿O será semejante a la calificación legal que tiene una simple computadora de oficina? En el primer caso, aplica la responsabilidad civil objetiva en la que independientemente de si se tiene la culpa o no, la ley le atribuye al propietario la obligación de indemnizar a partir de un daño causado por su bien. En el segundo caso, es necesario demostrar, por lo menos, la culpa del dueño.
Es de esperarse que pesimistas tomen la posta a los agoreros actuales, los mismos que proclaman el fin del seguro de vehículos por una previsible reducción de los accidentes. No considerando que esta es solo una de las varias líneas que contiene esa póliza - y que como el hombre, su tecnología también es falible-, por lo que los riesgos seguirán presentes. ¿El GPS ha impedido el robo de los vehículos? Los ha reducido, pero no los ha eliminado, simplemente porque llega el momento en que la delincuencia supera al mejor sistema hasta que se crea alguna contramedida que los hace retroceder, y luego el ciclo se repite. Incluso se han dado casos como el de la Inteligencia Artificial de Microsoft, Tay, que fue lanzada para interactuar en línea con los jóvenes, y que a las pocas horas, a raíz de la manipulación de los usuarios, consiguieron que esta responda con insultos de gran calibre.
Entonces, los riesgos, por más autonomía de las máquinas o por más inteligencia artificial, seguirán. La industria de los seguros debe estar preparada. Una vez que el asegurado recurra a la aseguradora, por ejemplo, por el choque de su vehículo autónomo o por el daño que cause su androide perfecto, la aseguradora tendrá que indemnizarle. Luego ellos podrán ejercer la acción de repetición para que se les reembolse (en una proporción a definir, y no en todos los casos) contra los fabricantes de los programas o de los equipos, o mejor aún: la aseguradora resolverá la situación rápidamente si dichos proveedores ya contasen con una póliza de responsabilidad civil para esa clase de siniestros.